Rosa azul, destila tristeza, un perfume que se agria, cuando el presente marcesible se dispara, como una pistola en un duelo por la mañana, y no es Pushkin el malherido, y dentro de una semana nadie velará tu cuerpo ni llorarán por tí. Para destrabar la traba, para desentrañar la entraña, para desincurrir lo incurrido, tiernos besos antecedieron tu partida, y yo me quedé moviendo piezas de manera interminable, contra mi mayor rival imaginario: ese que se apellida como yo, que se llama como yo, que no necesita espacios ni guiones entre sus apellidos, ni carta de presentación para brillar o sentirse importante, pues como todos le colocaron de fábrica una fecha de caducidad, ya que su presente marcesible tornará algún día en el futuro inexistente, y no habrá verbos que conjugar. ¡La única gran cosa fué retomar el ajedrez! Verdad incompleta del amanecer, ¡restalla impoluta! Haz que la ciudad nueva que te ha visto crecer, aprecie tu savia irresoluta. Y si no, otras ciudades contemplarán tu porvenir errante, ése que has cosechado, tras el camino alabeado del escriba. No has de ser premiado en un concurso ni ser aclamado por masas ingentes. ¡La mayor gloria es un verso que está inacabado, o una partida en la que nos aventajan en dos peones! Silba, Rosa azul, como esta brisa, o este cierzo nacarado del tamaño de este pueblo aragonés, de fuertes y profundas convicciones. Sirva el verso que clausura, la pretendida hondura, de sus labios carmesí. Naranjos y olivos concuerdan, tras un río que olvida esta latitud Norte.
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