Ir al contenido principal

Entradas

Rosa azul revisitada

Rosa azul, destila tristeza, un perfume que se agria, cuando el presente marcesible se dispara, como una pistola en un duelo por la mañana, y no es Pushkin el malherido, y dentro de una semana nadie velará tu cuerpo ni llorarán por tí. Para destrabar la traba, para desentrañar la entraña, para desincurrir lo incurrido, tiernos besos antecedieron tu partida, y yo me quedé moviendo piezas de manera interminable, contra mi mayor rival imaginario: ese que se apellida como yo, que se llama como yo, que no necesita espacios ni guiones entre sus apellidos, ni carta de presentación para brillar o sentirse importante, pues como todos le colocaron de fábrica una fecha de caducidad, ya que su presente marcesible tornará algún día en el futuro inexistente, y no habrá verbos que conjugar. ¡La única gran cosa fué retomar el ajedrez! Verdad incompleta del amanecer, ¡restalla impoluta! Haz que la ciudad nueva que te ha visto crecer, aprecie tu savia irresoluta. Y si no, otras ci
Entradas recientes

El Palacio de la Aljaferia

Al-Muqtadir, rey de la Taifa de Zaragoza  ¡Oh Palacio de la Alegría!, ¡Oh Salón Dorado! Gracias a vosotros llegué al colmo de mis deseos. Y aunque en mi reino no tuviera otra cosa, para mí sois todo lo que pudiera anhelar. Cuando uno ve tus murallas, ¡oh, Palacio de la Alegría! uno cree estar más al sur, y en representación de la taifa de Zaragoza se abren sus puertas, dejando entrar en su patio con fuentes  y naranjos, escuchando de lejos  las voces de Al-Muqtadir, acompañándome, al Oratorio, hacia la torre del Trovador, y al Salón Dorado, donde hay inscripciones  en latín hechas en honor al prudente rey Fernando de Aragón, y a la grandeza de la reina Isabel de Castilla Palacio, abre tus pasadizos  y déjame soñar  en tus lechos  nacarados  y admirar  la plenitud de tu arte mudéjar  en tus habitaciones  restauradas. Oasis  en un desierto  de edificios como cajas de cartón. ¡Dame tu mano y recorramos  juntos esta tarde  con olor a azahar  en una

Merece la pena

Merece la pena vivir porque todo está por escribir. En este lugar proscrito de la tarde te envío unos versos poco arreglados, algo arrugados como una chaqueta antígua, que no se hubiera llevado al tinte hace mucho pero que sigue siendo elegante, unos versos sin duda como este amor que te profeso con una vocación diaria, canto de poeta que dice contigo en la distancia, aunque nos separen más de 300 km o quién sabe si más visiblemente tuyo como la brisa que empuja al río al pasar bajo el puente romano

un hombre, una mujer pueden ser

un hombre, una mujer pueden ser como un viento frío llamándose cierzo en una tarde de primavera que transcurre lluviosa en esta Zaragoza que se presenta como todo un enigma y un dilema ¿qué palabras descifrarán el código escrito tras los cimientos de la ciudad oculta? ¿qué saludo de emperador romano será atendido o desatendido por el sempiterno aprendiz de ajedrecista tras una luz de tubo fluorescente y un cuarto mal ventilado con forma y estructura de oficina ? ¿qué sonrisa de emperatriz romana será custodiada tras la lira que despliega el ejército de árboles tras el susurro de los arroyos que fluyen hasta el gran río? retratos de padre y madre sobre una geografía nítidos como un fotograma

La ciudad es una oficina

La ciudad es una oficina Hay señoras que dictan miedo al forastero con sus palabras. Forasteros que evitan el discurso del blindaje Persona nueva en la ciudad busca el remanso de paz en la ribera del Ebro y en la música de Jordi Savall. Fotogramas de pobreza en el supermercado : Una pareja no puede recargar la tarjeta del autobús y ambos hablan tristes en un idioma de un país allende el muro de Berlín ¿A dónde caminamos en ciudades que parecen oficinas y donde no hay clemencia para el/la que por ella se atreve a recorrerlas?

En la ribera del Ebro

Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad J.A. Labordeta  Ebro, ¿cómo no nos presentaron antes? En tu monólogo de la ribera, hemos atardecido juntos, y tus aguas grises se funden con las del pestilente afluente Huerva a la altura del parque Bruil. Éstas han aprendido a resistir el desasosiego de la civilización canibal, que destruye impunemente la naturaleza que habita. El paisaje de edificios como cajas de cartón queda a un lado, y junto a tus aguas yacen las junqueras, donde se abre un bosque de encinares, pinos y álamos en hilera. Se ha detenido el tiempo ante el vuelo de un pájaro, y el silencio susurra lentas palabras de afecto. En el camino, la piedra, el silex y no hay más que soledad. Zaragoza, en la ribera del Ebro, donde los barrios hablan de fuentes, y los relojes de arena nos recuerdan que hay fragmentos de esperanza, al sur de la ciudad.